Tristeza. Esa es la palabra que define el estado emocional que hoy nos atraviesa a todos los que nos sentimos parte de la industria del turf argentino y que presenciamos los sucesos violentos y lamentables que opacaron la 140º edición del Gran Premio Jockey Club (G1), el último sábado.

Lo que debió ser la coronación de una fiesta, que venía desarrollándose con total normalidad, en la que abundaban momentos emotivos, los abrazos entre ganadores y perdedores - como sucedió entre los equipos de Labrado y Luthier Blues -, en una tarde para toda la familia en la que el único motivo de quejas hubiera sido el mal tiempo que no quería cambiar, terminó siendo una batalla campal en la que se puso en peligro no solo la integridad física de trabajadores del hipódromo, incluyendo la del gran Valdivieso, sino también la emocional de toda la actividad.

Una actividad que es constantemente denostada por los gobiernos de turno, en la que perdemos derechos en segundos y tardamos años en recuperarlos, si es que los recuperamos, el sábado, a través de los desmanes violentos de la gente del stud Mamina, mostró al mundo una faceta desconocida que nos emparenta más con el accionar de las barras bravas del fútbol que con la caballerosidad que siempre reinó entre nosotros, esa que luego del fallo que desató el caos, algunos parecieron desconocer por completo. “¿Sabés que es lo nos diferencia del fútbol?, Que nosotros nunca tuvimos un muerto en las tribunas”, nos dijo un burrero de ley. El sábado a la noche, con la decena de videos viralizados que mostraban personas a las patadas en el comisariato, o rompiendo las chapas, ya no estamos tan seguros de no tener uno en el corto plazo, si no se toman las medidas necesarias para evitarlo.

Y no lo estamos porque luego de los lamentables hechos, al día siguiente la gente de Mamina  le echó nafta al fuego, en vez de llamarse a la reflexión, y redobló la apuesta con un comunicado en el que ni siquiera pidieron disculpas por su oscuro accionar. Mientras todos seguíamos en el mismo estado de shock, con la misma tristeza y con muchas preguntas que se nos venían a la cabeza. ¿Qué hubiese pasado si lograban meterse al comisariato? ¿Y si golpeando los vidrios de la confitería del 1º piso de la oficial se lastimaba a alguien?

Nuestras redes sociales, al igual que las de todos los medios que publicaron la noticia con fotos y videos, explotaron con comentarios a favor y en contra del fallo que bajó a El Musical al segundo puesto. En nuestro caso, hemos sido insultados y nos han acusado de, entre otras cosas, “recibir sobres” por el hecho de hacer lo que debemos: informar y darle el lugar a nuestros periodistas para que expresen, a través de sus notas, su opinión de los hechos. En ningún caso, ni siquiera en el más agresivo de los comentarios – y los hubo, están ahí para quienes quieran leerlos -, hemos respondido. Y no lo hicimos porque entendimos que al abrir redes sociales estamos expuestos a esto, aunque siempre haya un límite. En otras palabras, aceptamos las reglas del juego. 

Reglas del juego o reglamento en este caso, que no supieron aceptar los responsables de El Musical cuando fue distanciado por molestar en la cancha a Natan, de La Monjitas. Como dijo Etchechoury al ser consultado sobre el éxito: “…no está bueno ganarlo así, un poco mancha el triunfo…”, lo dijo con conocimiento de causa, ya que le ha tocado perder en el escritorio.

Hay límites que no se pueden transgredir porque nos dañan a todos. El mismo sábado, todos sabíamos que el turf iba a ser noticia en todos los medios de comunicación masiva. Y así fue. Telefe Noticias nos dedicó, el lunes, largos minutos en sus dos emisiones en las que el turf quedó manchado. Y de eso no se vuelve.

A esta altura, y que quede claro una vez más que para nosotros el fallo fue correcto, ya la discusión de lo que se resolvió tras la amarilla pasó a segundo plano. Y así lo consideramos porque a la gente del turf nos hicieron pasar una de las tardes más tristes y violentas de nuestras vidas en un hipódromo. Gracias.